¿Por qué mentimos? Algunas personas no mienten nunca por razones bien distintas de la ética: por miedo a ser descubiertos, por pereza, por orgullo (“¿cómo voy a caer yo tan bajo?”).. Pero, si lo pensamos bien, razones bien similares son las que pueden impulsarnos a mentir u omitir, en determinadas circunstancias, lo que pensamos o sabemos. Porque verdades como puños muy inoportunas, o que ofenden o incordian. Tan importante como el hecho de mentir o decir la verdad es la intención con que se hace una u otra cosa. Y he ahí el verdadero dilema moral. Una mentira que a nadie daña o incluso reporta beneficio a su destinatario puede ser más defendible que una verdad que causa dolor innecesariamente. Mentimos por muchas razones: por conveniencia, odio, compasión, envidia, egoísmo, o por necesidad, o como defensa ante una agresión... Pero dejando al margen su origen o motivación, no todas las mentiras son IGUALES. Las menos convenientes para nuestra psique son las mentiras en que incurrimos para no responsabilizarnos de las consecuencias de NUESTROS actos. Y las menos admisibles son las que hacen DAÑO, las que equivocan y las que pueden conducir a que el receptor adopte decisiones que le perjudican. Concluyamos, por tanto, que los dos parámetros esenciales para medir la gravedad de la mentira son la intención que la impulsa y el efecto que causa. PODEMOS MENTIRNOS A NOSOTROS MISMOS, POR EVITAR ASUMIR ALGUNA RESPONSABILIDAD, O POR TEMOR A ENCARAR UNA SITUACIÓN PROBLEMÁTICA, O POR LA DIFUCULTAD QUE NO SUPONE RECONOCER UN SENTIMIENTO O EMOCÍON.INVARIABLEMENTE, ANTES O DESPUÉS, ESTE AUTO ENGAÑO NOS LLEVA A MENTIR A LOS DEMÁS. La mentira tiene sus clases La mentira racional persigue un interés concreto, es malévola y se emite con al intención de perjudicar o engañar. En la mentira EMOCIONAL, lo que se dice o hace no concuerda con la situación emocional de la persona. Y en la mentira conductual hacemos creer que somos lo que no somos: más jóvenes, mejor informados, menos anticuados... Pero hay también otras clases de mentiras: chismes, rumores y las mentiras piadosas. CONFIAR Y NO PENSAR EN EL ENGAÑO Fiarse de alguien significa creer que las probabilidades de ser engañado son muy escasas o inexistentes. Si queremos ser creíbles, gozar de la confianza ajena, tendremos que olvidar el engaño, la mentira. El crédito que tenemos ante los demás es un tesoro frágil y no perenne, ya que se actualiza y revisa en cada acción, en cada diálogo, que acaban convirtiéndose en una constante prueba de confianza. Algunas verdades sobre la mentira ... Hay muchas clases de mentira: algunas pueden ser convenientes, pero lo más correcto es recurrir al engaño lo menos posible. Sin INTENCIÓN de engañar, no hay mentira. La intención que la motiva y los efectos que causa, definen la gravedad de una mentira. La mentira es tan dañina, para quien la recibe, como para quien recurre a ella. Una nos lleva a otra, y puede MARCAR (siempre negativamente) nuestra manera de relacionarnos con los demás.