Me uso como si fuese un estilo de premio consuelo. Me habló de aprecio y de compartir la misma cama. Me pidió que siempre acudiese a él si el dolor asomaba y que no lo dejase en la nada. Cumplí, siempre cumplí con mi parte de ese estilo de contrato que estuvimos dispuestos a firmar. Nunca vi la letra chica, nunca pensé que esos pequeños detalles me traicionarían un día. Que confiar en él ya no era una opción. Cuando se iba repentinamente, lo esperaba. Esperaba que cambiase, que algún día me pudiese amar, que algún día me dedicase más que un pensamiento apasionado, que sintiera, que cuando me viera temblara como yo lo hacía cuando me rozaba. Quería que me besase y se aferrase a mi, que se quedara conmigo. Pero esa no era su suerte, él había creado todas estas excusas que lo justificaban al ir y venir, que impartía cuando me veía y no sabía como explicar que ya no era única en su vida, que en verdad, nunca lo fui.